Nuestra sociedad acepta intelectualmente los valores que representan la igualdad de género, que sin embargo no han tenido aún una clara traducción en los comportamientos personales de muchos hombres y mujeres. Y la más viva prueba de ello la encontramos en nuestra propia casa, en la forma en que seguimos educando a niñas y niños.
Aunque las cosas están cambiando, un alto porcentaje de niñas y niños continúa aprendiendo, desde que son muy pequeños, que "el mundo de la mujer es la casa y la casa del hombre es el mundo". De acuerdo con este guión de vida socialmente construído, los varones juegan a ver quién es el más fuerte y atrevido en ese mundo que es su casa; quién es el más hábil, valiente y capaz de desafiar las normas establecidas y salirse con la suya. Es decir, aprenden a jugar a "ser hombres" y todo ello afianza el modelo de masculinidad que nuestra sociedad les demanda.
Las niñas, por su lado, son inducidas no a jugar a "ser mujeres" sino a jugar a "ser madres" para beneficio de la comunidad en su conjunto: El cumplimiento del papel de amas de casa, esposas y madres.
Como sociedad, tenemos pendiente aún de analizar en toda su magnitud,
el daño que causamos a niños y niñas a través de este rígido condicionamiento que les imponemos. El especial peligro que plantea el aprendizaje de este modelo patriarcal de masculinidad es que va acompañado de una cultura anti-mujer en la cual se degrada todo lo percibido como "femenino" y se evitan a cualquier costa cuestiones como manifestar sentimientos o cuidar de otras personas y del propio cuerpo.
Aunque tanto las mujeres como los hombres son víctimas de la rígida asignación de roles basados tan sólo en el sexo biológico, serán ellas las más perjudicadas ya que es a quienes se despoja de poder en la práctica sexista que mantiene el poder masculino. A muchos hombres aún les interesa perpetuar un sexismo que les representa
poder, privilegios y prestigio, además de un grupo entero de personas
sobre quienes poder sentirse superiores: las mujeres.
Han aprendido que el ejercicio de su poder sobre las mujeres incluye no escuchar su voz, subordinar sus deseos y la voluntad de ellas a los suyos, y concentrarse en el cuerpo femenino como un objeto y una imagen y no como la expresión integral de una persona completa, consciente, con intereses, deseos, derechos y sentimientos.
Y han aprendido además que su poder patriarcal es "natural" y que no puede ser cambiado, lo cual fortalece la ideología sexista, que justifica y legitima la opresión hacia las mujeres.
Como dice el Australiano Michael Flood: "Los hombres ganamos mucho con el sexismo: tenemos alguien que cuida de nosotros, que cocina, lava y limpia para nosotros; que nos alimenta, nos consiente, nos alivia y nos halaga. Si el sexismo desapareciera, tendríamos que crecer y cuidar de nosotros mismos. Y tendríamos que aceptar que, después de todo, no somos tan especiales como nos hemos creído."
Aún con todo, estamos experimentando cambios importantes en las últimas décadas que afectan a la conciencia y la comprensión de las relaciones de género y de poder, y que está siendo motivado por los desafíos que ha planteado el movimiento feminista.
Unos cambios compartidos por hombres que se han atrevido a imaginar y vivir su masculinidad en formas no opresivas, ni para ellos mismos ni para otras personas; hombres que, a la vez de reconstruir radicalmente su masculinidad, apoyan explícitamente las demandas de las mujeres. Hombres que han aceptado con profundo respeto las vivencias de las mujeres bajo el sexismo y que creen en la necesidad de reflexionar juntos y apoyarse mutuamente para superar las heridas causadas en sus vidas por el patriarcado. Son hombres que han sabido apreciar la lógica humanitaria e incluyente en las propuestas que tantas mujeres alrededor del mundo han aportado a la reflexión sobre las relaciones de poder entre los sexos.
Sin embargo, el cambio personal y espiritual de los hombres no será suficiente para afrontar los problemas de explotación y desigualdad de poder. Su crecimiento individual no provocará inmediatamente la puesta en marcha de actuaciones personales o políticas que apoyen la igualdad de género, y hasta podría ser que facilite que algunos hombres acomoden las demandas de las mujeres a través de un patriarcado mas contemporáneo y sutil. Es por eso que las estrategias colectivas resultan vitales para desmantelar la desigualdad aún predominante
Personalmente, creo que es hora de realizar una reflexión honesta sobre los efectos reales que los valores masculinos dominantes provocan en escenarios como el personal, laboral, social y familiar. Negarse a hablar o a mostrar vulnerabilidad puede ser una estrategia exitosa de poder, pero es un hecho que también el sexismo tiene un coste para el hombre. Y si existe una lección que los hombres deben aprender de sus vidas cotidianas, de sus relaciones con las mujeres y con otros hombres, y de la herencia del patriarcado, es una lección muy antigua : la lección sobre el enemigo interno.
Carlos San Martín Blanco.
Médico. Psicoterapeuta Sexual, Familiar y de Pareja. Coordinador del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA. Secretario General de la Academia Española de Sexología y Medicina Sexual.
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