¿Qué es lo
que hace que una relación de pareja sea satisfactoria para cada miembro que la
compone? Esta es una de esas preguntas para las que no existe una respuesta
perfecta. Cada pareja, igual que cada individuo, es diferente, y el modo en que
viven la relación depende de las particularidades de cada caso.
Lo que es
evidente es que todas las personas
desempeñamos, en nuestras relaciones sociales, determinados roles que vamos
asumiendo en función de las experiencias que acumulamos.
La
asunción de un rol como propio puede destruir el vínculo en la pareja. Los
roles deben fluir de modo que se asuman solo cuando sea necesario, facilitando
que ambos miembros de la pareja se sientan con permiso de manifestar sus
necesidades.
Cuando uno
siente que no puede representar cierto papel, que no tiene derecho a manifestar
ciertos sentimientos, asume un rol de forma rígida. Las personas, a partir de
las experiencias que los han transformado en quienes son, pueden asumir un rol
determinado durante un periodo de tiempo, porque las necesidades de la pareja
sean perentorias. Pero anclarse en ese rol, interpretar el papel de “fuerte”,
de “débil”, etc., durante mucho tiempo, impide el crecimiento del vínculo y
también el crecimiento de ambos miembros de la pareja, que dejan de ser ellos
mismos para convertirse en protector y protegido, en fuerte y débil.
Permanentemente
nos encontramos con retos que nos exigen un alto grado de compromiso y un
desgaste emocional muy costoso. Es cierto que apoyarse en la pareja resulta
reconfortante y necesario, pero ambos miembros deben tomar conciencia de ellos
mismos y de los roles que asumen para no enquistarse en ellos y para dar
permiso al otro para que cambie de postura, para flexibilizar las etiquetas e
intercambiarlas.
Ese “toma
y daca”, deja crecer el vínculo de forma sana y permite a cada miembro de la
pareja disponer del espacio para ser creativos, para sí mismo y para el vínculo
que están construyendo activamente.
Para que
el vínculo de la pareja se mantenga sano, sólido y feliz, es necesario permitir
al otro ser quién es, quien necesita ser y, por qué no, quien sueña ser.
Y, en ese
vuelo libre, cuando somos conscientes de nosotros mismos, elegimos regresar al
espacio compartido, el que creamos juntos, porque también encontramos sentido
al camino que estamos recorriendo.
Es
inevitable asumir roles en la pareja en determinados momentos; a veces porque
necesitamos asumirlos y otras veces porque comprendemos que es necesario
ejercerlos. ¿Cómo hacer para no transformarnos en el rol que asumimos?
La clave
está en el diálogo permanente, en la petición al otro, en la observación de las
necesidades: las propias, las de la pareja y las del vínculo que nos une.
La rigidez
en los roles impide el diálogo profundo sobre las necesidades de todos.
Por
ejemplo, al asumir el rol de “protector”, estoy dando por sentado lo que tú
necesitas y no hace falta preguntarte; por supuesto, además, tú sabes que, como
te protejo, no me hace falta nada, así que tú tampoco preguntas.
Pero, ¿qué
ocurre con el vínculo en este caso? Si fijamos los roles de forma rígida, el
vínculo emocional es el que queda abandonado. Y una planta tan delicada
necesita agua casi a diario. Es resistente en muchos casos, y tarda mucho en
morir, pero sin duda sus flores se marchitan con facilidad, si solo existo yo o
si solo existes tú. Construir un espacio donde los tres podamos desarrollarnos
es el reto de estar en pareja, el verdadero desafío de construir una vida
juntos.
Construir
un vínculo de intimidad con tu pareja implica abandonar muchos de los preceptos
individualistas para entrar a formar parte de una ecuación ilógica en la que la
suma de dos individuos tiene como resultado tres.
No se
trata de renunciar al individuo que eres, sino de compartir lo que eres y lo
que deseas ser. Se trata de aprender a pedir sin exigir, a abrazar sin
asfixiar, a estar dispuesto a renunciar con la esperanza de que me elijas cada
día.
Y esto es
algo muy difícil si primero no he conseguido construirme a mí mismo en un marco
de auto-confianza y autoestima ajustadas. Cuando no tengo la autoestima en
niveles adecuados, no voy a poder confiar en que me elijas, y entonces
pretenderé agarrarte y tenerte a mi lado a toda costa, no dejando que seas
quien quieras ser, y asfixiando el vínculo.
En este
sentido, aferrarse puede suponer la muerte de la pareja, mientras que aprender
a soltar será la primera solución. No se puede entender la existencia de una
pareja sana y creativa, que permite crecer, si uno de los dos aprisiona al otro
con sus propias inseguridades, generando culpa, insatisfacción o incluso ira
dentro de la pareja.
Uno de los
roles más asumidos en una pareja es el rol de “luchador”. Cuando uno asume la
carga, por sí solo, de luchar para que una relación funcione, acaba ocurriendo
que se cansa o se quema, o bien acaba magullado por un gran número de
cicatrices abiertas, cuyo origen no consigue recordar.
Muchas
personas están tan enamoradas de la idea de estar en pareja, de compartir su
vida, que no se plantean si la persona con la que viven esa historia es la que
realmente quieren para sí mismas. Y luchan y pelean por la relación, no
queriéndose dar cuenta del daño que producen en el vínculo.
¿Qué rol
puede asumir el otro miembro de la pareja ante este comportamiento “luchador”?
Lo más común, y como ocurre en todos los
sistemas que se mantienen en el tiempo y que funcionan (aunque sean
disfuncionales), es que se acomode y se acostumbre a que sea el otro el que
empuje por los dos. Pero decíamos que las cosas tienen que fluir porque no se
puede empujar el río contracorriente.
El
resultado de mantenerse en esos dos roles es la insatisfacción de los dos
miembros de la pareja, que van acumulando reproches en silencio hasta que uno
de los dos no pueden aguantar más y lo expresa.
Las formas
de expresión pueden ser diversas y dependen también de cuánto tiempo se hayan
mantenido las posturas y roles rígidos y el impacto que esto haya tenido sobre
la autoestima de cada uno. Desgraciadamente, la falta de diálogo hace que la
expresión emocional de las propias necesidades aparezca como fuera de lugar.
En un caso
extremo, la psicopatología puede ser el resultado que provoque un cambio de
paradigma en la pareja. Ahora los roles son los opuestos: tú que me protegías
necesitas que te proteja, y yo, que era protegido, asumo tu protección. Se
vuelve a una nueva fase de “estabilidad inestable”, en la que el vínculo está
ya herido de muerte.
No
obstante, la relación puede durar años así construida, llenándose de
sentimientos de deuda (”con lo que hizo por mi…”, “me lo debe, por lo mucho que
me esforcé…”), culpa, malestar e ira.
Construir
la relación de forma sana implica, como decía, dejar espacio para los tres, de
modo que todos puedan crecer: los dos individuos y el vínculo que han elegido
construir.
Y la base
para que así sea, será, sin duda, el diálogo. Un diálogo flexible, que de
permiso a sentir toda clase de emociones, que permita el intercambio de roles,
y en la que haya la libertad de pedir lo que necesito sin esperar a que el otro
se de cuenta por sí solo.
Desde que
somos pequeños nos educan en continuas incongruencias que configuran una forma
de establecer vínculos en determinados ámbitos. Tenemos ejemplos de cómo es
estar en pareja a nuestro alrededor que van ofreciéndonos ideas sobre cuáles
son los roles que tendremos que asumir más adelante. Pero también los medios de
comunicación nos influyen notablemente, desde la más tierna infancia,
configurando una imagen de cómo queremos que sean las cosas y, más allá, de
cómo deben ser: perfectas. Y luego esperamos que sean así.
El
problema empieza muy pronto, cuando comenzamos a comprobar que no recibo lo que
necesito por mí mismo y que mi pareja no se da cuenta tampoco.
La idea
“romántica” que presupone que “si me quiere, sabrá lo que necesito“,
está muy extendida. Y es cierto que la mayoría de las personas no observa a los
demás (ni a su pareja), los gestos, el rostro, los ojos…, pero tampoco podemos
pretender que lo adivinen. La única solución es sencilla: pídelo.
Facilita el “darse cuenta”, provoca un cambio para que el vínculo crezca sano.
No se trata de cambiar por ti, sino de conseguir que el vínculo siga
floreciendo.