Si
sé establecer nuevas relaciones y conversaciones con extraños, ¿quiere decir que
tengo unas habilidades sociales inmejorables? Y si me siento apenado cuando un
amigo me cuenta un problema, ¿no me queda nada por aprender sobre cómo
relacionarme con los demás? La respuesta a estas dos preguntas es “No”. No cabe
duda de que unas buenas habilidades conversacionales y la empatía forman parte
del repertorio de habilidades que nos permiten establecer vínculos sanos con
nuestro entorno, pero no son las únicas.
A
continuación, puedes ver la gran cantidad de actitudes y acciones que nos
conducen al bienestar social y la serenidad personal.
Escuchar,
iniciar una conversación, mantenerla, formular preguntas, agradecer,
presentarnos, presentar a otras personas o hacer un cumplido, podrían ser
algunas de las más básicas.
Para
avanzar un poco más, sería
conveniente que supiésemos pedir ayuda, participar, dar y seguir instrucciones,
disculparnos y, en ocasiones, ser capaces de convencer a los demás.
Conocer
nuestros propios sentimientos,
expresarlos, comprender los de los demás, enfrentarnos con el enfado del otro,
expresar afecto, resolver el miedo y autorrecompensarse también son habilidades
clave en el tema que nos ocupa.
Un
mundo lleno de agresividad no es un lugar en el que podamos hallar el bienestar
ni la serenidad que perseguíamos al principio. Por eso, es importante conocer y
poner en práctica habilidades alternativas
a la agresión como pedir permiso, compartir las cosas, ayudar a los demás,
negociar, tener capacidad de autocontrol, defender los propios derechos,
responder a las bromas y no entrar en peleas.
Las
personas que mejor manejan el estrés
están armadas, entre otras cosas, con conocimientos sobre cómo formular una
queja o sobre cómo responderla, demuestran deportividad después de un juego,
resuelven su vergüenza, se las arreglan cuando alguien les deja de lado,
defienden a sus amigos, responden ante las persuasiones, y ante el fracaso,
reflexionan sobre los mensajes contradictorios, se preparan cuando prevén una
conversación difícil y saben hacer frente a las presiones grupales.
El
desconocimiento sobre lo que vayamos a ser capaces de hacer en futuras
situaciones puede provocar malestar debido a la anticipación de acontecimientos
desagradables. Por eso, es importante que nos planifiquemos en la medida de lo
posible. Unas buenas habilidades de planificación
se componen por: ser capaces de tomar decisiones, discernir sobre las causas de
un problema, establecer objetivos, determinar las propias habilidades, recoger
información, resolver los problemas según su importancia (¡no todo puede ser
urgente!) y concentrarnos en la tarea que tengamos entre manos.
Os propongo reflexionar sobre
nuestra destreza en cada una de ellas y ver si estamos en el camino. No es tan
importante la distancia que nos quede. Si
estamos en ello, avanzaremos ¡seguro!
Carmen
Gómez Navedo.