lunes, 24 de septiembre de 2012

Los Roles en la Relación de Pareja




¿Qué es lo que hace que una relación de pareja sea satisfactoria para cada miembro que la compone? Esta es una de esas preguntas para las que no existe una respuesta perfecta. Cada pareja, igual que cada individuo, es diferente, y el modo en que viven la relación depende de las particularidades de cada caso. 

Lo que es evidente  es que todas las personas desempeñamos, en nuestras relaciones sociales, determinados roles que vamos asumiendo en función de las experiencias que acumulamos.

La asunción de un rol como propio puede destruir el vínculo en la pareja. Los roles deben fluir de modo que se asuman solo cuando sea necesario, facilitando que ambos miembros de la pareja se sientan con permiso de manifestar sus necesidades.

Cuando uno siente que no puede representar cierto papel, que no tiene derecho a manifestar ciertos sentimientos, asume un rol de forma rígida. Las personas, a partir de las experiencias que los han transformado en quienes son, pueden asumir un rol determinado durante un periodo de tiempo, porque las necesidades de la pareja sean perentorias. Pero anclarse en ese rol, interpretar el papel de “fuerte”, de “débil”, etc., durante mucho tiempo, impide el crecimiento del vínculo y también el crecimiento de ambos miembros de la pareja, que dejan de ser ellos mismos para convertirse en protector y protegido, en fuerte y débil.

Permanentemente nos encontramos con retos que nos exigen un alto grado de compromiso y un desgaste emocional muy costoso. Es cierto que apoyarse en la pareja resulta reconfortante y necesario, pero ambos miembros deben tomar conciencia de ellos mismos y de los roles que asumen para no enquistarse en ellos y para dar permiso al otro para que cambie de postura, para flexibilizar las etiquetas e intercambiarlas. 

Ese “toma y daca”, deja crecer el vínculo de forma sana y permite a cada miembro de la pareja disponer del espacio para ser creativos, para sí mismo y para el vínculo que están construyendo activamente.
Para que el vínculo de la pareja se mantenga sano, sólido y feliz, es necesario permitir al otro ser quién es, quien necesita ser y, por qué no, quien sueña ser. 

Y, en ese vuelo libre, cuando somos conscientes de nosotros mismos, elegimos regresar al espacio compartido, el que creamos juntos, porque también encontramos sentido al camino que estamos recorriendo.
Es inevitable asumir roles en la pareja en determinados momentos; a veces porque necesitamos asumirlos y otras veces porque comprendemos que es necesario ejercerlos. ¿Cómo hacer para no transformarnos en el rol que asumimos?

 La clave está en el diálogo permanente, en la petición al otro, en la observación de las necesidades: las propias, las de la pareja y las del vínculo que nos une.

La rigidez en los roles impide el diálogo profundo sobre las necesidades de todos.
Por ejemplo, al asumir el rol de “protector”, estoy dando por sentado lo que tú necesitas y no hace falta preguntarte; por supuesto, además, tú sabes que, como te protejo, no me hace falta nada, así que tú tampoco preguntas. 

Pero, ¿qué ocurre con el vínculo en este caso? Si fijamos los roles de forma rígida, el vínculo emocional es el que queda abandonado. Y una planta tan delicada necesita agua casi a diario. Es resistente en muchos casos, y tarda mucho en morir, pero sin duda sus flores se marchitan con facilidad, si solo existo yo o si solo existes tú. Construir un espacio donde los tres podamos desarrollarnos es el reto de estar en pareja, el verdadero desafío de construir una vida juntos.

Construir un vínculo de intimidad con tu pareja implica abandonar muchos de los preceptos individualistas para entrar a formar parte de una ecuación ilógica en la que la suma de dos individuos tiene como resultado tres.
No se trata de renunciar al individuo que eres, sino de compartir lo que eres y lo que deseas ser. Se trata de aprender a pedir sin exigir, a abrazar sin asfixiar, a estar dispuesto a renunciar con la esperanza de que me elijas cada día.

Y esto es algo muy difícil si primero no he conseguido construirme a mí mismo en un marco de auto-confianza y autoestima ajustadas. Cuando no tengo la autoestima en niveles adecuados, no voy a poder confiar en que me elijas, y entonces pretenderé agarrarte y tenerte a mi lado a toda costa, no dejando que seas quien quieras ser, y asfixiando el vínculo. 

En este sentido, aferrarse puede suponer la muerte de la pareja, mientras que aprender a soltar será la primera solución. No se puede entender la existencia de una pareja sana y creativa, que permite crecer, si uno de los dos aprisiona al otro con sus propias inseguridades, generando culpa, insatisfacción o incluso ira dentro de la pareja.

Uno de los roles más asumidos en una pareja es el rol de “luchador”. Cuando uno asume la carga, por sí solo, de luchar para que una relación funcione, acaba ocurriendo que se cansa o se quema, o bien acaba magullado por un gran número de cicatrices abiertas, cuyo origen no consigue recordar.
Muchas personas están tan enamoradas de la idea de estar en pareja, de compartir su vida, que no se plantean si la persona con la que viven esa historia es la que realmente quieren para sí mismas. Y luchan y pelean por la relación, no queriéndose dar cuenta del daño que producen en el vínculo.

¿Qué rol puede asumir el otro miembro de la pareja ante este comportamiento “luchador”?

 Lo más común, y como ocurre en todos los sistemas que se mantienen en el tiempo y que funcionan (aunque sean disfuncionales), es que se acomode y se acostumbre a que sea el otro el que empuje por los dos. Pero decíamos que las cosas tienen que fluir porque no se puede empujar el río contracorriente.

El resultado de mantenerse en esos dos roles es la insatisfacción de los dos miembros de la pareja, que van acumulando reproches en silencio hasta que uno de los dos no pueden aguantar más y lo expresa.
Las formas de expresión pueden ser diversas y dependen también de cuánto tiempo se hayan mantenido las posturas y roles rígidos y el impacto que esto haya tenido sobre la autoestima de cada uno. Desgraciadamente, la falta de diálogo hace que la expresión emocional de las propias necesidades aparezca como fuera de lugar. 

En un caso extremo, la psicopatología puede ser el resultado que provoque un cambio de paradigma en la pareja. Ahora los roles son los opuestos: tú que me protegías necesitas que te proteja, y yo, que era protegido, asumo tu protección. Se vuelve a una nueva fase de “estabilidad inestable”, en la que el vínculo está ya herido de muerte.
No obstante, la relación puede durar años así construida, llenándose de sentimientos de deuda (”con lo que hizo por mi…”, “me lo debe, por lo mucho que me esforcé…”), culpa, malestar e ira.

Construir la relación de forma sana implica, como decía, dejar espacio para los tres, de modo que todos puedan crecer: los dos individuos y el vínculo que han elegido construir.
Y la base para que así sea, será, sin duda, el diálogo. Un diálogo flexible, que de permiso a sentir toda clase de emociones, que permita el intercambio de roles, y en la que haya la libertad de pedir lo que necesito sin esperar a que el otro se de cuenta por sí solo.

Desde que somos pequeños nos educan en continuas incongruencias que configuran una forma de establecer vínculos en determinados ámbitos. Tenemos ejemplos de cómo es estar en pareja a nuestro alrededor que van ofreciéndonos ideas sobre cuáles son los roles que tendremos que asumir más adelante. Pero también los medios de comunicación nos influyen notablemente, desde la más tierna infancia, configurando una imagen de cómo queremos que sean las cosas y, más allá, de cómo deben ser: perfectas. Y luego esperamos que sean así.

El problema empieza muy pronto, cuando comenzamos a comprobar que no recibo lo que necesito por mí mismo y que mi pareja no se da cuenta tampoco. 

La idea “romántica” que presupone que “si me quiere, sabrá lo que necesito“, está muy extendida. Y es cierto que la mayoría de las personas no observa a los demás (ni a su pareja), los gestos, el rostro, los ojos…, pero tampoco podemos pretender que lo adivinen. La única solución es sencilla: pídelo. Facilita el “darse cuenta”, provoca un cambio para que el vínculo crezca sano. No se trata de cambiar por ti, sino de conseguir que el vínculo siga floreciendo.

jueves, 13 de septiembre de 2012

¿ En qué consiste la Mediación Familiar ?



La Mediación Familiar es un procedimiento estructurado y no invasivo, encaminado a la gestión y resolución de conflictos que se producen entre dos o más personas, cuando la ruptura total de las relaciones y la pérdida absoluta de la comunicación no es una opción viable, pues existen intereses que subsisten. De esta forma, la ruptura de la pareja no supone la extinción de la familia, sino que el grupo familiar se reestructura y pasa a regularse por unas nuevas normas acordes a la nueva situación.
Son características del proceso de mediación familiar, la apertura de vías de comunicación entre las personas en conflicto o “tender puentes”. Este procedimiento utiliza herramientas que provienen de otros ámbitos de la terapia psicológica y puede resultar en sí mismo terapéutico, pero no es terapia y no va encaminado a la reconciliación de la pareja.
La Mediación Familiar es un procedimiento estructurado, pero también es un proceso flexible y se desarrolla al margen del procedimiento judicial, ya sea como alternativa o ya sea paralizando el proceso judicial ya iniciado hasta el término de la mediación. Se trata de un sistema no adversarial, cooperativo, en el que se persigue la apertura de vías de comunicación suficientes para pacificar el conflicto y salvaguardar intereses superiores a los propios de las partes participantes, como son el interés de los hijos y el resto de los familiares implicados en las relaciones emocionales. Y otros intereses, como la dignidad de cada una de las partes o la convivencia pacífica y harmoniosa.
El procedimiento de Mediación Familiar se desarrolla además bajo el principio de la voluntariedad, es decir, el sometimiento a mediación familiar es exclusivamente voluntad de las partes, y han de consentir ambas partes.
Además, el mediador o mediadora ha de mantener de forma casi escrupulosa una equidistancia entre las partes y con el objeto o circunstancias de la mediación, es decir, ha de ser neutral e imparcial. Esto quiere decir que el mediador no puede tomar partido por ninguna de las partes en conflicto, aunque sí que puede y debe equilibrar situaciones descompensadas, para colocar a ambas partes en una situación equilibrada para poder negociar y tomar decisiones. Y debe ser neutral, es decir, el asunto que se somete a mediación no es asunto del mediador, no ha de tener ninguna relación con el mediador, y éste, no tiene ningún interés en que la mediación se resuelva en ningún sentido en concreto.
Todos los asuntos así como el desarrollo, las sesiones, nombres, etc. relacionados con la Mediación Familiar deben ser consideradas confidenciales, lo que significa que la persona que media no debe revelar ninguna información que haya obtenido durante el procedimiento o con ocasión del mismo, a menos que obtenga el consentimiento expreso de ambas partes o que así lo requiera la legislación nacional. Se establece la idea de que la persona mediadora no puede estar obligada a redactar informes en los que se refleje el contenido de las discusiones llevadas a cabo durante el procedimiento. No obstante, esta confidencialidad no es absoluta, por un lado, las partes pueden acordar que la información obtenida durante el proceso pueda ser utilizada en un proceso judicial posterior.
Es un procedimiento que funciona muy bien en conflictos por la separación de la pareja, en que el fin de la pareja no va a suponer el fin de la familia. Pero también se utiliza para resolver otros conflictos como los que surgen por cambios en la situación familiar: herencias, cambios de trabajo, conflictos evolutivos con hijos adolescentes… Es decir, que la Mediación Familiar está especialmente indicada para gestionar todo tipo de conflictos en que se dé la característica de “familiar”, relaciones económico-jurídicas en las que además, se dé esta característica, que las personas relacionadas forman parte de un grupo familiar en sentido amplio. Ya que el procedimiento de mediación familiar toma en cuenta y gestiona las emociones y situaciones que nacen de lo familiar, no sólo de lo económico-jurídico. Por tanto, se puede derivar a Mediación Familiar todo conflicto que nace de una relación familiar, o algún aspecto del conflicto sobre el que no hay acuerdo.



                                            Jose Ángel García
Unidad de Medicación Familiar y Resolución de Conflictos de CIPSA